Hay un lugar donde todo desaparece. Hasta el pasado ha caducado dificultando el futuro. Un lugar sin patria, arraigo ni olvido. Porque no se puede olvidar lo que no se es, porque no se puede sentir lo que nunca existió, porque no se puede luchar contra lo que nadie ve.
Un lugar complejo hasta el sin sentido, aunque un lugar con nombres y apellidos; hasta 200.000 almas entre tormentas de arena, lagartos y camellos, entre landrovers reconstruidos, estructuras extrañas, haimas, niñas y niños que no son de aquí pero tampoco lo son de allí porque no son de ningún sitio, porque se lo han negado todo, porque no tienen patria ni derechos ni futuro. Y así llevan 43 años: dotando de significado a la palabra resiliencia, dignidad, estoicidad… porque si encontrásemos un rostro en estos términos sería el del pueblo saharaui. Pero a quien le importa un puñado de almas entre siroccos.
La ex provincia nº53, la última colonia española sin descolonizar, un territorio ocupado por Marruecos, unos intereses evidentes capaces de apagar cientos de miles de vidas, en un terreno donde la ayuda humanitaria llega a cuentagotas por quienes resignados de su olvido se desplazan para aportar algo de dignidad. Porque nadie quiere escuchar sus sollozos, porque perdidos en la hamada a más de 50 grados no hay fuerzas ni lágrimas ni motivos para llorar porque el hastío y la resignación ocupan el eterno tiempo de los días entre escuetas tazas de te.
El pueblo saharaui: la puerta de atrás de occidente, la moneda de cambio del pescado fresco de nuestra dieta mediterránea, el vertedero de los vehículos obsoletos, la resistencia pacífica, la ineficiencia de Naciones Unidas, el muro de la vergüenza, las minas, –también de fabricación española– amputando sus extremidades, la anulación absoluta de los Derechos Humanos. Estas palabras que también quedarán en el olvido.
Y entre tanto dolor continúa el té, siempre tres vasos: el primero amargo como el amor, el segundo dulce como la vida y el tercero suave como la muerte. Una muerte que llega en tumbas de tierras prestadas, con todavía suspiros de esperanza, con anhelos de la tierra prometida, la suya, la que les pertenece, la que nunca debieron quitarles.
El pueblo saharaui: la viva imagen de la resistencia y el reflejo de una sociedad global apática, insensible, inclemente ante el sufrimiento de los nadie cual verso de Galeano. Pero entre tanto despropósito, la vida en su estado más férreo, incombustible ante la adversidad, ejemplo para cualquier pueblo de que la resistencia de estas tribus, por débiles que sean, pasarán al imaginario como los defensores más absolutos de la dignidad humana. Y por eso, sin saberlo, la humanidad les estará eternamente agradecida independientemente de cualquier resolución futura. A ellos, al pueblo saharaui dedicamos este documental para la Asociación MOS Solidaria: “Atu: el rostro de un pueblo olvidado” precisamente para que nunca quede en el olvido. A ellas y a ellos, en nombre de la dignidad, presentamos este trabajo.