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De la sonrisa etíope al confinamiento en España

Por: G. Sánchez

Etiopía nos despidió, como no podía ser de otra forma, con su mejor sonrisa etíope, con abrazos, con los mejores deseos y con invitaciones para regresar cuando podamos. En este país africano, al que viajamos para elaborar un documental para la Comunidad Misionera San Pablo Apóstol, la Fundación Emalaikat y la ONGD MOSSolidaria, conocimos todo tipo de historias, algunas desgarradoras, otras de esperanza y superación y muchas de resignación y lucha diaria por algo tan básico como es la supervivencia pura y dura. Allí la pobreza, el no saber qué se comerá cada día o ni siquiera si se comerá algo se vive con dureza, claro que sí, pero también con dignidad, con ayuda mutua, con sentimiento de comunidad. El hambre y la malnutrición son como una bruma constante que afecta a demasiadas personas, muchas de ellas niñas y niños, el 40 % de los cuales no logra superar los cinco años de vida. En Etiopía hemos visto muchos de esos niños y niñas con el pelo rapado, en muchas ocasiones para evitar piojos y otros parásitos, pero con un mechón de pelo en la parte delantera de la cabeza: “les dejan ese pelo para que los ángeles puedan llevárselos tirando de él si se mueren, algo que, por desgracia, es bastante habitual a esas edades”, nos cuentan.

Unas niñas juegan en el patio del colegio que mantiene la Misión San Pablo Apóstol en Muketuri. Fotografía: Alberto Pla

De vuelta en España, nos encontramos con imágenes dantescas como personas acumulando kilos de natillas, carnes, todo tipo de productos perecederos y papel del baño –al parecer, el nuevo oro blanco de estos tiempos de Covid-19- personas que, a la mínima señal de alerta pierden los nervios y piensan solamente en sí mismos (incluso se ha denunciado en redes sociales que se llevaban hasta los productos sin gluten, esenciales para las personas celiacas). Ante la declaración de alerta del Gobierno de España gran parte de la población mantiene la responsabilidad y se queda en casa, pero también ha habido quien ha aprovechado para pegarse “la última fiesta” antes de que cerraran bares y restaurantes y se prohibiera la libre circulación por las calles. Es cierto que no tenemos experiencia en afrontar crisis de estas magnitudes. Tal vez en eso también podríamos mirar a África y a países como Etiopía. En este último, donde solo llueve durante unos tres meses al año, las hambrunas son bastante habituales, así como plagas como las de langostas que arrasan cosechas esenciales para la manutención de la población. Por no hablar de enfermedades o brotes víricos como el del Ébola, mucho más mortal que este coronavirus o Covid-19. Allí están acostumbrados a padecer todo tipo de situaciones de alerta para su salud y, lo que es igual o más desesperante, a sufrir también el silencio y la pasividad del resto del mundo, especialmente de occidente.

Dos niñas trabajan en el puesto que mantienen el mercado de Muketuri. Fotografía: Alberto Pla

En Etiopía, en su capital Adish-Abeba, en Muketuri o en poblados como Gimbixu hemos encontrado a personas con todo necesidades de todo tipo y también con una en común; la de contar su historia, la de hacerse ver, la de buscar ayuda a través de todos los medios posibles. Tal vez por eso muchos de los niños y adultos con los que nos encontramos nos piden que les hagamos una foto, para trascender, para que les miremos a sus ojos, llenos de vida pese a todo, para que sus ropas, en muchas ocasiones raídas, para que sus situaciones de vida, queden inmortalizadas, traspasen fronteras y, tal vez, remuevan conciencias en este lado del mundo. Pero aquí ahora tenemos la excusa perfecta para, una vez más, mirar solo hacia nuestro ombligo, pensar que esto del Covid-19 y su consecuente encierro domiciliario es lo más duro que nos ha pasado nunca y sentirnos, una vez más, el centro del mundo. El eurocentrismo, lejos de haber desaparecido, sigue muy presente en nuestras vidas y sus efectos se siguen notando en el resto del mundo. Pero tal vez estos quince días, o más, de confinamiento, nos sirvan para mirar al otro de una manera diferente. Si sirven para que estrechemos nuestras relaciones sociales, si nos hacen mirar hacia otras realidades de una forma más solidaria, si contribuyen a que veamos a los que vienen de crisis económicas, sanitarias, de conflictos armados, de un modo más humano y comprensivo, tal vez habrá valido la pena.

Del Covid-19 saldremos juntos, se suele decir, pero estaría bien que también tras él permanezcamos juntos, unidos, solidarios y responsables, no solo entre nuestros familiares y amigos, no solo entre nuestra comunidad y nuestro país, sino de una forma global.

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