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Supervivencia infantil, cuando llegar a mañana es toda una incógnita

«Aquí a muchos niños no les ponen nombre o los registran oficialmente hasta que tienen cuatro o cinco años, pues es muy común que mueran antes de ello»

«Les dejan un pequeño mechón de pelo en la parte delantera de la cabeza para que, si se muere, el ángel tenga por dónde cogerlos para llevarlos al cielo»

«A veces, cuando nacen gemelos, no les queda más remedio que dejar morir a uno de ellos, porque no pueden sacar adelante a los dos. Es entonces cuando se considera que la familia vuelve a estar equilibrada»

Por: Gerard Sánchez. Fotografías: Alberto Pla

Estas son dos frases que escuchamos en nuestro viaje a Etiopía en marzo de este año. Palabras desgarradoras, de esas que te hacen reflexionar. Expresiones que te hacen decir, de forma insconsciente, «¿cómo, en serio?», historias que te vienen a la mente cuando, después de un día viendo la alegría, la energía, la amplia sonrisa, de esos niños y niñas te vas a dormir y sigues viendo sus rostros, sus juegos, sus miradas curiosas hacia esas personas que han llegado de a saber dónde cargadas con cámaras, trípodes, micrófonos y hasta un dron que vuela sobre sus cabezas emitiendo un peculiar silbido.

En un país con la tasa de mortalidad al nacer y la infantil (antes de los cinco años) está entre las más altas del mundo, algunos de ellos han aumentado su esperanza de vida y su bienestar gracias al apoyo de la Comunidad Misionera San Pablo Apóstol. Ellas y ellos afrontan cada día desde la tranquilidad que da el saber que, al menos, una vez al día tendrán delante un plato de comida caliente. Pero, muchos otros, no solo en Etiopía, sino en muchos otros lugares de África, de Asia, de América Latina y también, sí, de Europa y de la «próspera» Norteamérica, no tienen esa suerte. No en vano, Unicef alerta de que 14.000 niñas y niños mueren cada día en el mundo antes de llegar a su quinto cumpleaños, la mayoría de ellos por causas que se pueden prevenir.

Mari Olcina, presidenta de MOSSolidaria ONGD, pesa a un niño con desnutrición severa en Muketuri, Etiopía. Fotografía: Alberto Pla

Unas cifras que, al año, suponen la muerte de 5,2 millones de niños que fallecen antes de poder soplar las velas de su tarta de quinto aniversario, suponiendo que, efectivamente, pudieran tener esa tarta y esas velas que soplar. Muchas más muertes infantiles, por causas que, repetimos, SE PUEDEN PREVENIR, de las que ocasionará el coronavirus en todo este trágico 2020 en el mundo.

Pero las muertes de niños y niñas, sobre todo si son pobres, si viven en países lejanos, si son de «los otros» no se consideran una pandemia, ni una lacra, ni llenan telediarios y largos, larguísimos, programas de debate o de actualidad. Sus muertes, en cambio, son en silencio, en ese mismo silencio e ignorancia en el que llegaron al mundo. Muchos de ellos y de ellas se van como vinieron, semidesnudos, sin casi nadie que los recuerde y, en muchas ocasiones, sin un documento de identidad que haya registrado su existencia. Ni siquiera, en algunos casos como sucede en Etiopía, con un nombre que ponerle en su modesta y diminuta tumba.

Una madre lleva en brazos a su hijo al programa de desnutridos en Muketuri (Etiopía). Fotografía: Alberto Pla
Una madre lleva en brazos a su hijo al programa de desnutridos en Muketuri (Etiopía). Fotografía: Alberto Pla

¿Quieren otro dato? 144 millones de niños menores de 5 años sufren desnutrición crónica en el mundo, limitando de manera irreversible su desarrollo físico e intelectual, y unos 47 millones más presentan desnutrición aguda, con riesgo para su vida. ¿Les suena eso de la cultura del esfuerzo? ¿de luchar por sus sueños? Eso, al igual que tantas frases vacías en las tazas del desayuno pueden estar muy bien, pueden motivar incluso a ciertas personas, y hasta pueden convertirse, en algunos casos, en realidad, pero esconden, ocultan, restan importancia, al hecho de que, por mucho que se esfuercen, por mucho que lo den todo para avanzar, muchas personas en el mundo parten, sencillamente, de una desigualdad tan grande, tan brutal, tan injusta, que poco pueden hacer para salir adelante, para prosperar, para tratar de salir de la fatalidad de su destino y ser capaces de ver más allá.

Es más, incluso la protagonistas de nuestro próximo documental, Genet, cuyo estreno está previsto para finales de diciembre, nos reconocía, al preguntarle por sus sueños de infancia: «yo no podía permitirme tener sueños, solo pensaba que mi vida sería como la de mi madre, como la de mi abuela, nada más». Afortundamente, todavía existen también personas, asociaciones, entidades, que conscientes de estas injusticias, de estas desigualdades, dan sus recursos, su tiempo, sus esfuerzos para tratar de cambiar estas realidades por muy lejanas que sean y por muy poco que estén presentes en nuestra actualidad mediática habitual.

Día Mundial de Acción para la Supervivencia Infantil

Por ellas y por ellos, hay que poner de relevancia jornadas como este Día Mundial de Acción para la Supervivencia Infantil que organiza Save the Children cada 23 de octubre. Una organización que alerta, precisamente, de que el África Subsahariana es el lugar con mayor índice de mortalidad en el mundo. Allí, uno de cada 12 niños muere antes de los cinco años de edad.

Pero, la mortalidad infantil, no se combate solo con platos de comida, sino también con iniciativas como la construcción de pozos de agua en zonas remotas, de lo cual también fuimos testigos. Unos pozos que hacen brotar, en medio de zonas totalmente áridas, campos de lechugas, de tomates y otras hortalizas y verdudas. Unos pozos que logran que las madres de estos niños y niñas, e incluso las propias niñas, no tengan que caminar varios kilómetros para acarrear agua para sus quehaceres diarios. Porque, como alertan también desde Unicef, 3 de cada 10 personas en el mundo no tienen acceso a agua potable y 2.400 millones carecen de servicios de saneamiento.

Una niña en un vertedero de Guatemala donde niñas y niños trabajan desde pequeños para sobrevivir. Fotografía: Alberto Pla.

Esta lacra de ver cómo una vida se escapa antes de nacer también se logra evitar con programas como el de nutrición infantil que lleva a cabo MOSSolidaria ONGD y que, incide, precisamente, en esas familias con gemelos que tantas dificultades tienen para salir adelante y que se enfrentan, en ocasiones, al estigma de ser consideradas, de algún modo, malditas o castigadas, precisamente, por haber alumbrado gemelos. Junto a Mari Olcina fuimos testigos de cómo algunos de estos niños y niñas llegan al programa en fases severas de desnutrición y comprobamos de primera mano las tablas en las que se veía la evolución en el peso, estatura y otros indicadores que, con tesón, con paciencia registran las voluntarias de este fundamental programa.

¿Quieren hacer algo para tratar de combatir la elevada mortalidad infantil en el mundo? Abran su nevera, su despensa, y párense a pensar qué sentirían si, al querer alimentarse cada día o, peor aún, al tratar de alimentar a sus hijos e hijas, estas estuvieran vacías como lo están en muchos hogares en España y en tantos otros lugares del mundo. Sean conscientes, no desperdicien alimentos, ayuden, en lo que puedan, que muchas veces es más de lo que creemos, a otras personas. Confíen y apoyen a organizaciones como las que hemos citado en este artículo, y tantas otras, exigan a sus gobierno implicaciones reales y compromisos efectivos que vayan mucho más allá de bonitas palabras y declaraciones de intenciones. Sean, en definitiva, más humanos, más empáticos.

Deribe reparte una ración a los niños y niñas de la comunidad de Gimbichu. Fotografía: Alberto Pla

 

 

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