Por: Gerard Sánchez
La muerte es una parte de la vida, ha sido así siempre, aunque no es menos verdad que nos hemos habituado a considerarla un tabú, a no hablar de ella, salvo cuando nos golpea de cerca. Y, aún en esas circunstancias, la solemos afrontar, al menos en occidente, como un momento de máximo dolor que ha de vivirse desde el silencio, con llantos afligidos, ropajes oscuros y gestos lentos como acompasados constantemente por una marcha fúnebre que, aunque no suene, permanece en nuestras mentes y guía nuestros pasos, actos y comportamientos en esos trágicos momentos. Tal vez por todo ello, en estos días de Covid-19 en que pasamos tantas horas en casa, rodeados de mensajes en que se nos habla de cifras de muertes, de personas contagiadas y de peligros por el mero hecho de salir a la calle a hacer la compra, sentimos la muerte y sus consecuencias, más cerca que nunca. Y también tal vez por ello, por nuestra tradicional forma de afrontar la muerte, en estos tiempos nos llama todavía más la atención ver cómo en otros lugares del mundo viven el momento de la muerte y del entierro con elementos más propios de una fiesta como serían los bailes o las bebidas. Y de ahí que los vídeos de personas bailando al tiempo que portan un ataúd se hayan convertido en virales en Internet y en las redes sociales e incluso hayan sido objeto de todo tipo de memes o burlas.
Pero, ¿de dónde proceden estos bailes fúnebres y cuáles son sus propósitos? Se trata de unas ceremonias que se llevan a cabo en Ghana (África Occidental), de hecho, las funerarias compiten por este tipo de servicio mediante el cual se trata de celebrar, precisamente, la vida de la persona que acaba de fallecer, lo que conlleva, además, que las familias gasten grandes cantidades de dinero en cada uno de estos funerales. Los porteadores ensayan y llevan a cabo todo tipo de coreografías al tiempo que portan el ataúd. Y la ceremonia se acompaña de comida y bebida. Es más, los ataúdes se personalizan según los gustos o modo de vida del fallecido, de este modo, puede ser una avioneta si era piloto, puede representar algún objeto musical… o puede estar confeccionado con vivos colores y con todo tipo de decoraciones, algo que, por cierto, pudimos observar en nuestro reciente viaje a Etiopía. Allí las funerarias exhibían sus coloridos y personalizados ataúdes en la calle. Un país donde, por cierto, la muerte es asumida desde los primeros años de vida, tanto es así que la tasa de mortalidad infantil es superior al 40%. Muchos niños no son registrados hasta superar los cinco o seis años e incluso a muchos de ellos no se les pone nombre hasta pasados varios años de vida. Lo que sí se les deja es un mechón de pelo en la cabeza que, según nos indicaron, es para que si el niño o la niña muere los ángeles tengan de dónde cogerlo.
Tradiciones funerarias clásicas africanas
Para encontrar el verdadero sentido de esta forma de afrontar la muerte hay que bucear más en las peculiaridades de varias culturas tradicionales africanas. En muchas de ellas, la muerte está considerada como un rito de transición, a los muertos se los sigue considerando parte de la familia, lo cual tiene que ver también con las ideas de reencarnación.
De hecho, en diversos lugares de África se celebran rituales funerarios que distan mucho de los que estamos acostumbrados en Europa. Como señala Jaques Barou en su artículo “La idea de la muertey los ritos funerarios en el África subsahariana. Permanencia y transformaciones”: «Suele ocurrir, sobre todo entre los mossi de Burkina Faso, que un pariente de la persona fallecida, de preferencia una mujer, vista las ropas del muerto e imite sus ademanes y su manera de hablar. Los hijos del difunto lo llaman ‘padre’ y sus esposas, ‘marido’. Entre los diola del Senegal, el muerto debe presidir sus propios funerales: vestido con su ropa más hermosa, sentado en su sillón acostumbrado y atado a él, la mano en alto como si saludara a la muchedumbre, se le lleva en andas a hombros hasta el lugar de su inhumación, mientras los músicos y danzantes tocan y evolucionan muy animados en torno al cortejo, desafiando así la dimensión trágica de la muerte y terminando de dar una coloración épica y triunfal al cortejo funerario».
Vivir la muerte como una festividad
Pero el concepto de vivir la muerte como algo digno de ser celebrado, con bebida, comida, con bailes o con otros ritos no es propio solo de África. En varios lugares de América, como Cuba o México, también es algo bastante común. Muy conocida es la festividad del Día de los Muertos en México, donde los cementerios se llenan de música, bebida y comida para honrar el día en que los espíritus de los muertos se encuentran con los vivos.
En Asia también se llevan a cabo tradiciones relacionadas con la muerte que nos resultarían muy impactantes. Una de ellas se realiza en la región Tana Toraja en Indonesia. Allí la persona fallecida, previamente momificada, se exhibe en el hogar durante varios meses. Se le ofrecen todo tipo de atenciones y también se canta y se baila a su alrededor.
Más sorprendente aún podría resultar la ceremonia que se realiza en varias zonas de Madagascar donde, cada cinco años, aproximadamente, se desentierra a los muertos, se les envuelve con ropas nuevas, se lleva a cabo una procesión, se baila con ellos y, finalmente, se los sienta en la mesa para comer con toda la familia.
La importancia de poder despedirse
Estos son algunos ejemplos en que la muerte, lejos de ser vista como una tragedia y con gran tristeza, se asume como una parte de la vida, como un rito de paso esencial y como una forma de recordar a los que ya no están entre nosotros.
No obstante, en gran parte de las culturas, el contar con la presencia del cuerpo del fallecido, el poder estar cerca de él y ofrecerle respetos sea en forma de llantos o con bailes, música, comida y bebidas, resulta esencial. Una posibilidad que ahora, con la crisis provocada por el Covid-19, no resulta posible. Los muertos en estos tiempos de confinamiento se marchan en solitario, sin que sus familiares y seres queridos puedan estar cerca de ellos. Y eso sí que resulta una tragedia difícil de gestionar en cualquier parte del mundo. Pero en cada uno de nosotros está la misión de mantenerlos en su memoria, de hacer que sean honrados y recordados como merecen.
Cabe recordar, a modo de reflexión final, unas palabras pronunciadas por una persona africana y que aparecen también en el citado artículo de Barou :
“¡Sepan que se muere dos veces! La primera vez, cuando se deja de respirar; la segunda vez, cuando ya nadie piensa en uno. Me acuerdo de un enano de mi aldea que había plantado un árbol destinado a llegar a ser muy viejo. Decía: – Mucho tiempo después de mi muerte, las gentes verán este árbol y dirán: “El enano fue quien plantó este árbol”.